Desde los años 70, el dinero del tráfico de drogas ha impactado no solo en la economía colombiana, sino también en su esfera simbólica. Primero con la bonanza marimbera en la costa Caribe y luego con el auge de la cocaína en los 80, surgieron nuevas élites enriquecidas que comenzaron a consumir arte como parte de su aspiración de estatus. Santiago Rueda ha documentado este fenómeno en libros y exposiciones, mostrando que los artistas colombianos no han sido ajenos a esa transformación.
Rueda sostiene que "hay una hipocresía muy grande porque todos sabíamos que a todos les vendían, pero nadie lo reconocía públicamente". Esta práctica no solo evidenciaba una doble moral del mundo del arte frente al dinero narco, sino que además institucionalizaba un tipo de consumo cultural donde lo importante era el renombre, no el contenido.
Rueda explica que los nuevos coleccionistas buscaban “los maestros reconocidos, los maestros nuestros de la generación de Botero, por ejemplo”. Añade que muchos de ellos eran “los artistas que reconoció en los años 60 Marta Traba, la crítica de arte argentina que vivió un tiempo acá en Colombia y que tuvo una influencia grande en todo el continente como crítica de arte y que acá en Colombia fue particularmente importante, dejó un legado, apoyó unos seis, ocho artistas que son nuestros artistas del siglo XX”. Esta escena, marcada por el peso del reconocimiento oficial, evidencia cómo el prestigio artístico fue instrumentalizado para validar el ascenso social narco.
En paralelo, algunos artistas empezaron a representar esa nueva estética de lo ostentoso, lo kitsch, lo desbordado y el "mal gusto narco" se transformó en un tema pictórico. Medellín fue un epicentro de esta dinámica, donde varias mujeres artistas abrieron camino en esa exploración visual. "Es bien interesante porque son casi todas mujeres, casi todas pintoras", dice Rueda. "Hay cuatro pintoras, Marta Elena Vélez, Ethel Gilmore, Dora Ramírez y Flor María Bouhot. Las dos primeras comienzan a tratar el mal gusto del narcotráfico como tema pictórico en los años 80. En plena época del dinero fácil, del culto al lujo, del eclecticismo posmoderno".
Cien del Banco Hipopotecario, 2025. Tinta china, lápiz y acuarela sobre papel de Alberto Baraya.
En la década anterior, en los años 70, el fenómeno de la marihuana “Punto Rojo”, que enriqueció a comunidades campesinas en la costa Caribe, también tuvo un impacto en el mundo del arte. “La siembra de varios tipos de marihuana, pero en especial de la Punto Rojo, [...] es muy exitosa y enriquece, digamos, a una población de origen campesino [...] que empieza a comprarse todo lo que nunca había podido comprar”, recuerda Rueda. Este exceso y nuevo lujo popular motivó a artistas a reflexionar sobre el gusto, el ornamento y el choque entre cultura popular y cultura de élite
Es en este contexto, que la figura del hipopótamo de Hacienda Nápoles se ha vuelto “un motivo que permite hablar de muchas cosas: de nuestra relación con los animales, de problemas ambientales serios, de temas sociales, políticos, simbólicos”, señala Rueda.
En la muestra,"Microdosis para domar al hipopótamo interior", artistas como Camilo Restrepo o Nadín Ospina han trabajado con esta imagen para hablar, desde el absurdo o la arqueología ficticia, del narcotráfico como herencia simbólica. La exposición llevó este concepto al límite, al exhibir hongos psilocibes cultivados en estiércol de hipopótamo como si fuesen parte de un alijo incautado.
Rueda relata: "Camilo dice que le interesa ese aspecto de que mientras la cocaína enaltece el ego, te hace creer, así, como el rey del universo, los hongos lo disuelven. Entonces que de pronto en el estiércol del hipopótamo, en el estiércol del narco, podrá venir la cura como alquímica".
Domar al hipopótamo interior, según se desprende de la reflexión curatorial de Rueda, no significa eliminarlo, sino reconocer su presencia, su potencia simbólica y las múltiples capas de sentido que arrastra. La prohibición ha generado monstruos reales y metafóricos, pero también ha inspirado formas artísticas capaces de enfrentarlos con ironía, crítica y profundidad.
Bizarros gourmet, 1993. Cerámica de Nadín Ospina.
La gran narco arca, 2022. Tapiz tejido artesanalmente de Carlos Castro.
La domesticación de los hipopótamos bebés, 2025. Dibujo en grafito sobre papel de Iván Navarro.
Sin título, de la serie 169 paisajes con hipopótamos, 2025. Acrílico sobre tela de Pedro Calzadilla.